sábado, 8 de octubre de 2011

Del matrimonio...


Cuando nos casamos, trajimos al matrimonio todo lo que había hecho nacer este amor. Pero también trajimos nuestra infancia, nuestros demonios, nuestras debilidades. Las cosas que pueden destruir cualquier matrimonio si se las deja que florezcan.

Una mujer le pide a su marido ciertos derechos, ciertas conseciones, ciertas igualdades. Cuando una mujer consigue todo eso... ya no es mujer.

El hombre raras veces tiene a la mujer que necesita... si no a la que ha encontrado. Hay algunas que no saben adaptarse a lo que necesita su marido. Hay unas cuantas que saben y quieren. Pero el mayor número, y éstas son las peores, lo componen las que no quieren.

Gastamos nuestras energías levantando barreras, sin atrevernos a examinar nuestro propio interior, pero sólo para justificar nuestra ineptitud.

Como la mayoría de las mujeres, fuí al matrimonio preguntando: "¿Qué me reserva este estado? ¿Qué clase de vida me dará mi marido?" Nunca me pregunté de verdad: "¿Qué puedo hacer yo por el?"

Y de este modo resulta que guisamos las comidas, por que es preciso guisarlas. Pero no entramos en la cocina llenas de gozo por que lo que hacemos procurará felicidad a nuestros maridos. Guisamos para proteger nuestra situación, para conseguir un elogio o solamente para cumplir un deber.

Y cuando nos entregamos al marido, hacemos solamente lo necesario y lo que debemos por nuestras propias y egoístas razones. ¿Cuántas mujeres se entregan al marido por el placer que esto le causa a el?

Y sin embargo, únicamente a través de ese placer puede saber de verdad una mujer lo que es ser mujer.

Yo nunca lo he sabido, por que ser mujer es dar.


Nicole Devereaux
TOPAZ

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